sábado, 6 de agosto de 2016

"La villanía es perdonable, la ingratitud nunca"


    "Santiago de la Ribera en mil pasos", rezaba el titular. Se trataba de una visita guiada por la citada pedanía, ofertada por los servicios municipales de turismo. El guía, un historiador local de esos que todo pueblo que se precie de historia reseñable, la tenga o no, tiene. Normalito: ni flaco ni gordo en exceso, ni alto ni bajo en exceso, ni guapo ni feo en exceso, y, lo más importante, ni tonto ni listo en exceso.

    Sin entrar a detallar los antecedentes históricos de la zona, quedémonos con que con el matrimonio Barnuevo-Sandoval empezó todo. Ellos, entre finales del S. XIX y principios del XX, establecieron su residencia en estos sus terrenos, ideando un asentamiento racional y no masificado orientado a convertirse en lugar de veraneo para la alta alcurnia murciana, sin dejar de lado por ello a la clase obrera. Para ello, dieron grandes facilidades a la aristocracia regional al mismo tiempo que construyeron las casas de todos sus empleados, quienes las habitaban en propiedad a cambio de ofrecer, si fuera necesario, un vaso de agua y asiento en la puerta a doña Teresa Sandoval.




    Entre idas y venidas por las gestas del matrimonio, nuestro buen historiador calificaba el comportamiento de Barnuevo con sus obreros como "del más puro estilo al socialismo utópico"(sic), repasando, a lo largo del recorrido, las curiosidades, propiedades y bondades de los fundadores, en esa necesidad vírica que tiene todo cronista local de elevar a los cielos la, en ocasiones sencilla, historiografía de la zona.

   


    En un punto del recorrido llegamos a la Casa-Hotel de los Barnuevo-Sandoval. El matrimonio la construyó, según nuestro guía, como residencia de verano, y, en tanto nos detallaba la arquitectura de la construcción, el jardín, la iglesia contigua (actualmente Parroquia de la pedanía y también cedida al pueblo por la familia), llegó el momento clave de la tarde. Los actuales propietarios, herederos de la familia, habían limpiado su jardín, estaban en ese momento restaurando el interior de su casa y, al parecer, tienen pensado abrir una especie de escuela de vela antigua con sede en la planta baja de esta su propiedad. Aquí, nuestro guía toma aire, y acomodándose las gafas con un leve toque, levanta la cabeza, arquea las cejas y sentencia: "esta propiedad, lo que se tenía que haber hecho hace tiempo es expropiarla"(sic), y continuó su guión sin más, totalmente convencido de que el mejor tributo que a la familia Barnuevo-Sandoval podía rendir su pueblo es robarles su propiedad. Era el justo pago por las obras de sus antepasados. Me dejó sin habla. 

    En aquel momento, al tiempo que Adam Smith y el propio D. José María Barnuevo se preguntaban si habían oído bien, a mí me bajaba la tensión a 4 y 8. O me subía a 12 y 16, no lo recuerdo ahora mismo. Antonio Machado salía de su eterno descanso para volver a hablar sobre la envidia y el cainismo patrio, y Pérez Galdós volvía al más acá a reescribir: "La villanía es perdonable, la ingratitud no."

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