“¡Soldados! ¿Juráis por Dios o prometéis por vuestra
conciencia y honor, cumplir fielmente (…) y, si preciso fuera, entregar vuestra
vida en defensa de XXXXX?". "¡Sí, lo hacemos!". "Si
cumplís vuestro juramento o promesa, la Patria os lo agradecerá y premiará, y si no,
mereceréis su desprecio y su castigo, como indignos hijos de ella”
Aún se le ponía la piel de gallina cuando recordaba lo que
sintió realizando el juramento aquel día. Hoy, unos cuantos años después, no le
queda más remedio que cuestionarse cuánto de verdad había en esto por parte de
un tercer miembro, oculto, del juramento: el Estado.
La respuesta del Estado para quienes defienden la Patria es la siguiente: Si
cumples tu juramento, ya estás agradecido y premiado, pues no hay mayor premio
que la satisfacción por el deber cumplido. Si no lo cumples, prepárate. Pero si
en el cumplimiento, caes y vives para contarlo, prepárate a vivir la soledad de
los caídos.
El caído o lesionado, no es otra cosa que un funcionario militar
que se creyó lo que juró un día, que cumplió fielmente el juramento de servicio
y, fruto de éste, ha sufrido una lesión más o menos grave. (No voy a hablar de
los casos de muerte)
El caído o lesionado, en principio es tratado por los mandos
como tal. Recibe las más bellas palabras de los mismos y las más fieles
promesas de ayuda en el futuro en “cualquier cosa que esté al alcance” de los
mismos. Meses después, de las palabras no queda más que el eco entre las
paredes de la habitación del hospital. Ya no hay nada al alcance de la mano de
quienes debían velar por ti, ni siquiera la posibilidad de usar para la
rehabilitación las instalaciones deportivas de la que fuera tu unidad. No es
que donde dije digo, digo Diego. Es que no dije nada.
Además, si la lesión sufrida en acto de servicio tiene un
periodo superior a 6 meses, el Estado te recompensa con la pérdida del destino
y el sueldo mínimo hasta que te recuperes, aunque te hayas roto los huesos. Sí,
esto es así, no es una broma macabra.
El caído pasa a ser una persona incómoda, que nos recuerda
lo que nos puede pasar por cumplir. El caído está así prácticamente porque ha
querido, porque podía haberse ido a tomar un cafelito en lugar de trabajar
tanto… El caído ya no forma parte de la vida activa de esta unidad, por lo que
prefiero que no active de más mi jornada laboral con peticiones. Que le quede
claro que no dije digo. No dije nada.
Lo más duro del proceso no es la lesión en sí, por grave que
sea. Me aseguran que lo más duro es la condena al ostracismo que te brindan
aquellos que te debieran defender, las miradas y sonrisas mitad avergonzadas,
mitad incómodas de quienes fueran tus mandos
y la manera en que dejas de existir tanto tú como tus logros y
esfuerzos.
Es uno de los peores castigos para un patriota, el abandono
de los suyos.
Es la soledad de los caídos.
NOTA:
Este artículo pertenece a la imaginación de quien lo escribió y lo que le contó una persona lejana. Los ejemplos con los que se ilustran ciertos datos y el país en que ocurrió, son fruto de la imaginación. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
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