sábado, 23 de septiembre de 2017

Qué buenos vasallos, si tuviesen buen señor


     Cataluña es una provincia que no hay rey en el mundo que tenga otra igual... Si la acometen los enemigos, la ha de defender su rey sin obrar ellos de su parte lo que deben ni exponer su gente a los peligros. Ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar (...) y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de echarle (...) no le ha de alojar la provincia.  (1640)

     Así comunicaba su hartazgo el Conde-Duque de Olivares al virrey Santa Coloma, cuando la Cataluña ocupada exigía ser defendida por una Unión de Armas peninsular con quien se negaba a colaborar.

     Hoy estos soldados visten de verde y azul, tampoco los ha de alojar la provincia, no defienden sino a una mayoría real y a la Ley Magna refrendada por la mayoría absoluta de los catalanes, y no reciben sino el ataque y el desprecio más absoluto de los cachorros autodenominados populares y la indiferencia o el silencio cómplice de una denominada mayoría silenciosa.
Han sido entrenados para defender la Ley ante cualquier enemigo, pero ahora los envían contra un niño con síndrome del emperador.

     No sabemos si en la historia ocuparán el lugar que merecen, pero sí sabemos que, de momento, ocupan un zulo en un barco o una habitación compartida en el hostal de una población que los obsequia con nanas de cacerola.
Mientras tanto, los señores de estos vasallos ya preparan el armisticio: otro premio para el niño tirano, como si esa solución pudiera tener algo de real o duradera.
Mientras tanto, la otra mayoría silenciosa los ataca con la más cruel de las armas: la indiferencia y el silencio. 



     Tú, Agente, que soportas al payaso de la calle y del Congreso, que ves repetirse Casas viejas, que te entrenas para obedecer órdenes de quien no se entrenó para emitirlas; tú, que lo haces por mí, por que mis hijos vivan en un lugar mejor que el que votamos, que no te importa que las medallas vayan luego a otro pecho; tú serás el único de esta historia a quien recordaremos por actuar siempre fiel a tu deber, sereno en el peligro, y  desempeñando tus funciones con dignidad, prudencia y firmeza. 
Ganaremos todos porque ganaréis vosotros.
Qué buen vasallo, si tuvieses buen señor...




lunes, 13 de febrero de 2017

De ofendidos, ofendidas y otros gilipollas.


<- ¡Hola!
- ... - Seguro que ha querido decir Holanda, en Holanda se hace mucho queso, el queso viene de la leche, la leche de la vaca... - ¿Que estoy como una vaca?, ¿te has visto tú?, ¡vamos! faltaría más...>

     Sin llegar, normalmente, a este grado de desequilibrio mental, todos hemos tenido que lidiar con esta clase de personas a las que todo ofende.

     En una ocasión compartí una serie de pautas que me parecían recomendables a la hora de tomar una decisión sobre un tema muy específico. Era imposible ofenderse al leer aquello, puesto que podía servir para elegir cualquiera de las opciones posibles; los consejos no versaban sobre qué elegir, sino sobre cómo afrontar la decisión. Pero no, no era imposible. De pronto, la esperpéntica figura del ofendido surgió, espada en mano, acusándome de querer imponer a todo el mundo la opción a elegir. No había entendido nada, pero, por si acaso, atacó.
     Y es que, al igual que hay personas que escriben, conocen las normas de la escritura, pero no saben escribir, las hay también que saben recitar la palabra escrita, pero no saben leer.

     Nuestro ofendido se ofende porque hablas, porque callas, porque sonríes, porque lees, porque opinas, porque ahorras, porque gastas...; porque cada vez que lo haces lo acusas de que no sabe hablar, de que lo ignoras, de que te ríes de él, de ser un inculto, de que su opinión es ridícula, de que derrocha, o de que no disfruta la vida. 
     El ofendido se ofende porque sí, porque yo me ofendo - tú me ofendes -  él me ofende. El ofendido, si ha llegado a leer hasta aquí, está convencido de que este texto se dirije a su persona desde el primer "hola", aunque ni me conozca. El ofendido es también el pellejo fino que critica Ivars, o el eneamigo que una vez describió mi amigo Maxi en su blog.

     El peligro del ofendido es que tras esta fachada de falsa dignidad esconde una mezcla de soberbia y complejo de inferioridad de la que también es víctima, y, sobre todo, una envidia enfermiza a todo y a todos que lo consume y atormenta.
    El ofendido te odia porque se odia.
     
     Así que para todos aquellos y aquellas que se ofenden si no especifico "y aquellas", para quienes se creen insultados cuando se les rebate, para quienes no distinguen entre debate y pelea, para quienes creen que "metáfora" o "símil" es una nueva tienda de ropa, y para todas las demás variantes: ¡gilipollas!.

domingo, 1 de enero de 2017

Navidad. Verde Navidad.



- Feliz año, Yeray.
- Feliz año.

Nos dimos la mano haciendo un intento de abrazo en el interior de aquel Peugeot 306 que había recorrido ya más de 500.000 kilómetros. Desde el lugar donde estábamos apostados controlábamos las principales arterias de la localidad, teníamos cobertura, y podíamos mantener el vehículo arrancado (y con ello la calefacción) sin molestar a nadie.
Yeray llevaba en aquel horrible lugar ocho años, prácticamente desde que salió de la Academia. El mismo tiempo que llevaba intentando volver a las Islas Canarias.

- ¿Cómo va lo de tu recurso? -pregunté.
- ... ¿Eh? - dijo al cabo de unos segundos.
- Tu recurso, el que hiciste por el último curso que te denegaron.
- No, nada. Aún nada... Ni de eso ni de lo otro. Y lo peor es que empieza a darme igual ¿sabes?

Yeray aguardaba la publicación de vacantes como el campesino espera la lluvia, pero la crisis, los recortes, o vete a saber qué lo mantenían por aquellas tierras sin posibilidad de cambio año tras año. Había solicitado, además, realizar varios cursos de especialización que le permitieran abrir el abanico de destinos, pero todos le fueron denegados por "necesidades del servicio", un concepto bajo el que casi siempre se escondía uno de los métodos de autoritarismo discrecional que quedan aún en esta Santa Institución. Recurrió por escrito, pero la respuesta se hacía esperar, como la cordura.
Cuando entramos en el Cuerpo sabíamos que estaríamos fuera de casa un tiempo, pero no nos dijeron que sería a estilo carcelario.

- ¿De lo otro tampoco?
- No. Bueno, como si no.
- Yeray, no es por meter cizaña, pero tienes derecho a que te agrupen los servicios y con ello los días de descanso.
- Ya, ya lo sé. Y él también lo sabe. Y sabe que llevo sin ver a mi familia un mes y medio. Y todos los meses se lo recuerdo antes de que haga el cuadrante.
- ¿Y?
- Nada. Cada vez que me quejo me pone los turnos peor. El mes pasado, para que te hagas una idea, quería dar parte de mí por zapatos sucios, y me acababa de mandar a identificar a unos en el río. - Se quedó pensativo - Luego como mucho me coloca cuatro descansos seguidos, que ya ves tú si me da tiempo en cuatro días a...entre el viaje y... En fin... Entre unas cosas y otras...
- ¿Qué?
- Nada. Luego se preguntan por qué en nuestra empresa hay una media de un suicidio cada 26 días.
- Hostia, Yeray. No me jodas...
- Qué. No te dejan pedir destinos porque no los publican; no te dejan hacer cursos porque tu jefe puede alegar que te quiere mucho; no te dejan ver a tu familia porque ese mismo jefe no quiere idear otro turno. Sacan veinte normas hablando de la "conciliación familiar" y del "derecho a la promoción profesional" y dejan en manos de cualquiera la potestad de que nada de eso se cumpla, de que no puedas casi ni... En fin, háblame tú de ilusión, de motivación, de ganas de... yo que sé
- Bueno, ¿cómo va tu mujer? ¿le renovaron al final el contrato, no? - dije intentando cambiar el tercio.
- Sí, menos mal. No es gran cosa, pero la hipoteca sería una auténtica losa sin el curro del supermercado.
Tras un silencio en el que se quedó... no sé si mirándome o mirando hacia donde estaba yo, dijo 
- No me habla casi. No sé...
Lo miré sin saber qué decir que no fuera absurdo
- Lleva un tiempo distante. Cada vez más. Empiezo a sentirme tan extraño en casa como aquí ¿sabes?.
- ¿Y el niño que tal? ¡Estará hecho un hombrecillo ya! - Acerté o desacerté a decir.
- Hecho un tío (dijo con una mezcla de cariño y tristeza). Ayer los vi, por Skype...
No pudo seguir la conversación, ni yo seguí preguntando. Ni quise tampoco mirarlo a la cara. Llevaba días apático, lejano, como quien pierde la mirada en el horizonte porque espera ver aparecer lo que anhela, pero sin la esperanza de que aparezca.

La noche transcurrió sin mayor novedad, salvo una pelea en un bar y unos quinceañeros que nos recordaron con odio- ¡Eh!, ¡que yo pago tu sueldo!. No era, precisamente, la primera vez que trabajábamos en unas fechas tan señaladas, pero sí era la primera vez que lo hacíamos con aquella sensación de desamparo. Sin más compañeros en el cuartel, con la familia a tantísimos kilómetros, y sin más cara amable que algún contado paisano, solo te queda aferrarte al smartphone a la espera de noticias de los tuyos, o a la compañía de quien sea que, de un modo u otro, no te manifieste su desprecio.
Aquella Navidad, la soledad nos golpeaba más fuerte que el frío puño del cierzo.
Al llegar a la casa-cuartel, se dirigió a su pabellón sin mediar palabra, cabizbajo. Era la viva estampa de una estampa de la Pasión. Me quedé observando la situación unos segundos  y le dije:

- ¿Qué pasa? ¿Aquí no se echa la penúltima, o qué?
No sé si me oyó, pero, si lo hizo lo disimuló perfectamente.
- ¡Yeray!
- Dime, compañero. - Dijo volviendo la cabeza
- Vamos a tomar algo, aunque sea aquí.
Me sonrió con los labios y murmuró:
- Otro día, mejor. Nos vemos.

Me quedé observando cómo se dirigía al edificio, cómo subía los escalones y entraba a su vivienda. Silencioso. Me estaba haciendo polvo. 
Entré en la mía, intentando recordar a qué me recordaba esa escena. Al cabo de unos minutos, casi al tiempo en que lo recordaba, escuché un sonido seco, leve, metálico que erizó cada uno de los pelos de mi cuerpo.
Salí de casa y corrí aquel camino que mi compañero deambuló en silencio, en el silencio de los corderos, minutos atrás. Las llaves colgaban de la cerradura, por lo que entré sin llamar. Estaba semidesnudo, sentado en el sofá con pantalón, abrigo, arma y todo lo demás a su lado, mirando la televisión como quien oye llover. Me observó sin mucho sobresalto:

- ¿Qué pasa?
- Nada... - Tras un par de eternos segundos acerté a decir: - Oye no me funciona la calefacción... Lo siento pero me vas a tener que acoger aquí esta noche, así que olvídate de soltar pedos a discreción ¿eh?
- Vale hombre, vale - dijo sonriendo.
- Oye, me ha parecido oír antes algo raro... ¿te habías caído o algo? - no sabía cómo preguntar sin que quedara ridículo, y no lo conseguí.
- Ah, no, no. Se me cayó la carpeta esta - dijo señalando una carpeta metálica de esas que llevan un clip para sujetar el papel y poder escribir de pie.
Respiré hondo, aunque aproveché que me tenía que hacer hueco en el sofá para comprobar que la corredera de la "compañera de metal" no había sido accionada.