<- ¡Hola!
- ... - Seguro que ha querido decir Holanda, en Holanda se hace mucho queso, el queso viene de la leche, la leche de la vaca... - ¿Que estoy como una vaca?, ¿te has visto tú?, ¡vamos! faltaría más...>
Sin llegar, normalmente, a este grado de desequilibrio mental, todos hemos tenido que lidiar con esta clase de personas a las que todo ofende.
En una ocasión compartí una serie de pautas que me parecían recomendables a la hora de tomar una decisión sobre un tema muy específico. Era imposible ofenderse al leer aquello, puesto que podía servir para elegir cualquiera de las opciones posibles; los consejos no versaban sobre qué elegir, sino sobre cómo afrontar la decisión. Pero no, no era imposible. De pronto, la esperpéntica figura del ofendido surgió, espada en mano, acusándome de querer imponer a todo el mundo la opción a elegir. No había entendido nada, pero, por si acaso, atacó.
Y es que, al igual que hay personas que escriben, conocen las normas de la escritura, pero no saben escribir, las hay también que saben recitar la palabra escrita, pero no saben leer.
Nuestro ofendido se ofende porque hablas, porque callas, porque sonríes, porque lees, porque opinas, porque ahorras, porque gastas...; porque cada vez que lo haces lo acusas de que no sabe hablar, de que lo ignoras, de que te ríes de él, de ser un inculto, de que su opinión es ridícula, de que derrocha, o de que no disfruta la vida.
El ofendido se ofende porque sí, porque yo me ofendo - tú me ofendes - él me ofende. El ofendido, si ha llegado a leer hasta aquí, está convencido de que este texto se dirije a su persona desde el primer "hola", aunque ni me conozca. El ofendido es también el pellejo fino que critica Ivars, o el eneamigo que una vez describió mi amigo Maxi en su blog.
El peligro del ofendido es que tras esta fachada de falsa dignidad esconde una mezcla de soberbia y complejo de inferioridad de la que también es víctima, y, sobre todo, una envidia enfermiza a todo y a todos que lo consume y atormenta.
Así que para todos aquellos y aquellas que se ofenden si no especifico "y aquellas", para quienes se creen insultados cuando se les rebate, para quienes no distinguen entre debate y pelea, para quienes creen que "metáfora" o "símil" es una nueva tienda de ropa, y para todas las demás variantes: ¡gilipollas!.
El peligro del ofendido es que tras esta fachada de falsa dignidad esconde una mezcla de soberbia y complejo de inferioridad de la que también es víctima, y, sobre todo, una envidia enfermiza a todo y a todos que lo consume y atormenta.
El ofendido te odia porque se odia.
Así que para todos aquellos y aquellas que se ofenden si no especifico "y aquellas", para quienes se creen insultados cuando se les rebate, para quienes no distinguen entre debate y pelea, para quienes creen que "metáfora" o "símil" es una nueva tienda de ropa, y para todas las demás variantes: ¡gilipollas!.